martes, 16 de diciembre de 2014

Yo, el grito

Existía un profesor alto y fuerte
Que se iba desdibujando a medida que llamaba la atención a sus alumnos.

Especialmente cuando arrancaban las páginas de los libros
Y pateaban y escupían y se burlaban en voz alta
(Con esa soberbia que da la juventud)
De las palabras y los poemas,
De los cuentos y las novelas
De viejos alcohólicos y cobardes.

De perdedores
Como él.

Se fue difuminando el color de su carne
Y de sus huesos.

El trazo que le dieron sus padres,
Las mujeres que quiso
Y le quisieron
Y sus estudios.

Hasta acabar en una pequeña figura indeterminada,
Sin sexo.

Retorcida en grandilocuentes llamas,
Con una mueca de terror
Por toda la bondad recibida.

Que fue ninguna.

Lo que nunca pensaron aquellos chicos
Fue que, pasados muchos, muchos años,
Los viejos alcohólicos y cobardes,
Perdedores,
Terminaron siendo ellos.

Porque al no dar, nunca recibieron.
(Con esa inseguridad que da la madurez)

Y que, desafortunadamente,
Fueron oscureciendo el color, la silueta,
La alegría y los besos,
Mudados en otra mueca de espanto,
Por no tener,
Ni siquiera el consuelo,
De unos versos
De unas historias
Que, como abrazos,
Tuvieran para echarse a sus almas
En tiempos de tristeza y de rabia.

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