Las palabras me persiguen,
no me dejan dormir.
Escucho, con los ojos cerrados,
como aletean
y terminan posándose,
con su negra caligrafía
graznando sobre mi ventana.
Llamando.
Llamándome.
Y no puedo.
No quiero.
Cierro los ojos
Pero es imposible.
Por Dios que no puedo dormir.
Doy mil vueltas en la cama,
y ya no sé como ponerme.
Miro la hora
y el tic tac del reloj
me grita en la cara
que son las ocho menos cuarto
de un domingo de verano.
Capullo.
Ignorante
Siervo,
esclavo,
payaso.
Venga,
levántate
y haznos reír,
me dicen.
Queremos tu poesía cruda.
¡¡Vamos!!,
me chillan.
Y no quiero.
Me encantaría estar durmiendo
a pierna suelta.
Como todos vosotros
a estas horas.
Eso sería lo lógico.
Pero por Dios que no puedo.
Me levanto,
y doy vueltas por toda la casa,
perdido.
Perdido en un cubículo
de apenas 60 metros.
Sesenta metros que van
reduciendo sus paredes
en torno a mí.
Estrechándose
lentamente.
Emparedándome vivo.
50, 40, 30...
Es la cuenta
atrás hacia la locura.
Y no.
Esto no es ningún juego.
No estoy aquí,
para haceros gracia
a unos cuantos.
Si pensáis que estoy bromeando,
por favor,
dejadlo aquí mismo
y no sigáis leyendo.
"La soledad es el premio",
"No lo intentes",
advertía Bukowski.
Por eso estoy temblando.
Mi pulso se va acelerando
mientras que en mi mente
van revoloteando
infinidad de palabras
a la velocidad del rayo.
Gritan y baten sus alas
esperando un trozo de carne,
unas gotas de sangre.
Y, por más que lo niegue,
lo necesito.
Sí.
Cada célula,
cada poro de mi piel
necesita, al menos,
un par de buenas caladas.
Porque esta es una puta droga
que me acabará matando.
Fumar y escupir,
por ejemplo:
"Si buscas un poema
de amor,
olvídalo,
este no es tu sitio.
Los mejores versos
son aquellos que no se escriben.
Se dicen al oído
mientras te cojo fuertemente
del pelo
y cabalgamos desnudos
sin importarnos la vida y la muerte.
Así,
Así.
Más deprisa,
más deprisa,
más deprisa.
Venga.
Solos los dos
o los tres
sin rutinas que nos reclamen
y nos crucifiquen
a un sofá
O a unos hijos.
Sólo queremos llegar al orgasmo.
La rima más libre..."
¡¡¡Ja,ja,ja,ja!!!,
escucho.
Y esas risas que me interrumpen
son las de los mismos fantasmas
que noto detrás de mí.
Los viejos y grandes escritores
que me acompañan
en cada letra,
en cada palabra desesperada,
en cada lágrima.
"Lo has vuelto a hacer",
Escucho como me dicen.
Y yo, les miro con odio.
Necesito una pastilla
para poder volver a dormir.
Los cuervos se han ido
y ha entrado el día.
Me duele la espalda,
el alma,
la poesía.