domingo, 14 de junio de 2015

¿Dónde huir si no es a tus brazos?


Hay una música de violines perpetuos
Sonando tras cada pisada que doy,
Tras cada ladrido.

Un pasado de perro callejero
Que me persigue
A muy corta distancia
Olisqueando el amor.

Vengativo.

Rebuscando por los rincones.

Hambriento.

Eso provoca que difumine el presente,
Eliminando de él los minutos y los segundos.

Dejándome a solas con horas yermas.

Páramos semidesérticos
Donde busco una gota de esperanza
Para estos ojos resecos,
Lejos del Paraíso.

Por eso ya no puedo llorar
Por los dioses
Que ahogué entre lágrimas.

Darles sepultura. 

Y si me arrancara el corazón
Y los recuerdos,
Viviría, sin duda,
Lejos de tantos gritos.

De tantas manos espectrales,
De tantas promesas esperándome,
Suspendidas sobre el fuego.

Con respuestas que llegan tarde.

Veinticinco años tarde.

Respuestas que por aquel entonces
Me hubieran rescatado
Y ahora me hacen naufragar
En cada estrofa que pierdo.

En cada rayo de sol.

Y esta fotofobia me está consumiendo.

No.

No hay diversión posible
Tras haberle vendido esta vida al diablo.

Y no se puede despertar de este sueño.

Entonces, ¿Dónde?
¿Dónde huir si no es a tus brazos?
¿Dónde estar más seguro?

No te imaginas cuanto miedo tengo.

Algún día no muy lejano
El cielo obtendrá su venganza
Arrojando fuera de él
A sus hijos predilectos.

Y caeremos al abismo
Los poetas y la poesía.

Y dejaremos de perseguir palabras inútiles,
Y amaremos a besarropa al instante
En vez de con versos para la eternidad. 

Y ya no tendrá importancia
La arena del reloj en la que nos hundimos.

Porque nada ni nadie será improbable.

(Y por fin,
Por fin,
Encontraremos la paz).