jueves, 17 de julio de 2014

Niños muertos en un trozo de empanada

Mi humanidad se ha roto.

Iba corriendo por la playa
Con esos niños palestinos
y, de repente,
ha estallado en mil pedazos.

Al igual que ellos.

Hasta ahora,
Pensaba,
yo estaba en el bando de los buenos.

De los que estudian,
trabajan
y tiran para adelante
como buenamente pueden.

Ya saben,
intentando llegar a fin de mes.

A lo mío,
como el resto.

Ahora pienso
que estoy en el bando de los malos.

Por contemplar impasible,
en el telediario,
esas espeluznantes imágenes
con un trozo de empanada en la boca.

Y ya no sabía si lo que estaba comiendo era atún
O era sangre.

Y lo que es peor,
Me la he tragado.

Me he tragado la muerte,
Cruda.

Sin conservantes
Ni colorantes.

Con el aditivo,
eso sí,
de quién tiene los huevos
de justificar esto.

(Del sentido común
escribiré en otro poema)

Ha sido un momento horrible,
sinceramente lo digo.

He tenido que beber
una gran cantidad de agua
para bajar los llantos
de esas madres destrozadas.

El bolo alimenticio,
ya saben.

Y me ha sentado realmente mal.

Quizá sea mi conciencia,
que me ha producido ardor de estómago.

Quizá no esté del todo perdido
Y aún pertenezca al bando de la gente corriente.

De los que dan gracias ante cosas como esta
por nacer donde han nacido.

Por tener esa puta suerte.

Pero no dejo de darle vueltas
y castigarme con ello.

¿Cómo coño voy a ser bueno
si a los cinco minutos,
con los deportes,
ya estaba comiéndome el postre?

No soy el único,
me he dicho,
tranquilizándome a mi mismo.

Y he observado,
impertérrito,
a los presentadores.

Supermanes y supergirls sin emociones,
lobotomizados,
para anunciar,
lo mismo da,
goles que asesinatos.

Sin dejar que les afecten.
Sin permitir que nos afecten.

Ése es su trabajo.

Nos hemos transformado
en muñecos de cartón piedra.

Somos los renegados del diablo,
zumos de naranjas mecánicas.

La técnica de Ludovico ha hecho su efecto.

Pero a la inversa.

Toda la violencia gratuita,
vía telecomunicaciones,
nos ha vuelto insensibles ante ella.

Nadie nos ha puesto
si no nosotros mismos
esos infernales aparatos
que nos impiden cerrar los ojos
pero sí  las conciencias.

Y, finalmente,
ante tanta exposición de imágenes,
no las hemos rechazado,
como pensaba el bueno de Kubrick
sino todo lo contrario.

Al menos,
una cosa está clara.

Y es que seamos buenos o malos,
nunca seremos esos hijos de puta
que han apretado el gatillo.

Sólo estábamos comiendo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario